Las situaciones de sobrecarga o de presión que afectan a las personas y que dependen tanto de las situaciones como de los recursos de la persona para afrontarlos pueden provocar estrés. Este sentimiento de tensión física o emocional se produce de manera automática y natural ante situaciones o pensamientos que nos resultan amenazadores, frustrantes o desafiantes.

 

De hecho, un nivel moderado de estrés es normal, ya que el ser humano debe ser capaz de adaptarse a múltiples situaciones. Sin embargo, durante este proceso de adaptación, puede ocurrir que la persona no disponga de suficientes recursos para resolver el desafío al que se enfrenta, y la situación le supere, generando niveles de estrés excesivamente altos que pueden desembocar en distintos síntomas o consecuencias perjudiciales.

 

Existen dos tipos distintos de estrés:

  • Agudo: es el que se produce a corto plazo y desaparece rápidamente. Se da, por ejemplo, en situaciones de emergencia o peligro que exigen una rápida reacción, como frenar el coche ante el riesgo de accidente.
  • Crónico: si el estrés agudo se prolonga en el tiempo, el estrés reduce su intensidad, pero no desaparece. Es en este caso cuando se habla de estrés crónico y puede llegar a provocar serios problemas de salud.

 

No obstante, el estrés tiene por qué ser siempre negativo. De acuerdo a las sensaciones y emociones que despierta, puede ser de dos tipos:

  • Distrés: produce una respuesta negativa y suele darse cuando la persona interpreta que no va a ser capaz de superar la amenaza, lo que le produce un aumento de los niveles de irritabilidad y ansiedad.
  • Eustrés: provoca una respuesta positiva y sensación de alegría y bienestar. Sucede cuando la persona piensa que la situación a la que se enfrenta le va a favorecer o que ha logrado el objetivo.

 

El estrés mantenido en el tiempo puede acelerar la progresión de enfermedades crónicas y desencadenar numerosas alteraciones y patologías físicas en el sistema inmunológico, en el aparato digestivo y gastrointestinal, y en el sistema cardiovascular, endocrino, respiratorio, reproductor y sexual, así como problemas dermatológicos (se produce un aumento de la sequedad que favorece la aparición de dermatitis y la caída del cabello).

 

Sus consecuencias a nivel mental tampoco son pocas. Los trastornos de ansiedad son unos de los más frecuentes, sobre todo la ansiedad generalizada (se presentan síntomas intensos sin una causa real que los provoque), los ataques de pánico, la fobia, los trastornos obsesivo-compulsivos y el estrés postraumático. Cuando se sufre estrés de forma crónica también se dan en frecuencia trastornos del estado de ánimo y trastornos psicofisiológicos (problemas musculares, cansancio, dolores de cabeza, hipertensión, eczemas…).

 

¿Cómo tratar el estrés?

Para manejar de manera adecuada el estrés y reducir y mitigar su impacto sobre nuestra  salud, es necesario actuar sobre su causa y aumentar la resistencia ante él. A continuación, te proponemos un decálogo de los mejores consejos para tratar el estrés:

  1. Afronta las situaciones difíciles.
  2. Entrénate en la solución de problemas.
  3. Organiza bien tu tiempo.
  4. Asigna un espacio diario al ocio y a las relaciones personales.
  5. Aprende técnicas de autocontrol para un mayor control de las emociones (relajación, meditación, mindfulness, yoga…)
  6. Fomenta las relaciones personales y sociales y apóyate en ellas.
  7. Cuida tu dieta y tómate tu tiempo para comer con calma.
  8. Haz deporte de manera regular.
  9. No restes horas de sueño.
  10. Recurre a ayuda profesional si es necesario.

 

¿Con qué tratarlo?

Existen distintos remedios naturales para combatir el estrés. Los más recomendados son:

  • Rhodiola:

Esta hierba natural no tóxica estimula el sistema de respuesta al estrés del cuerpo para aumentar su resistencia e influye en la liberación de hormonas al mismo tiempo que aumenta el metabolismo energético.

  • Melatonina:

La melatonina es una hormona natural que regula el ritmo circadiano de tu cuerpo o el ciclo de sueño-vigilia.

  • Suplementos de vitamina B:

Estas vitaminas juegan un papel importante en el metabolismo al transformar los alimentos que consumimos en energía utilizable. Las fuentes alimenticias de vitaminas B incluyen granos, carnes, legumbres, huevos, productos lácteos y verduras de hoja verde. Curiosamente, altas dosis de vitaminas B mejoran los síntomas del estrés, como el estado de ánimo y los niveles de energía, al reducir los niveles sanguíneos del aminoácido homocisteína.

  • Ashwagandha:

La Ashwagandha contiene sustancias químicas que pueden ayudar a calmar el cerebro, reducir la hinchazón, disminuir la presión arterial y alterar el sistema inmunológico. Algunas de las condiciones para las que se usa incluyen insomnio, envejecimiento, ansiedad y muchas otras.

 

4 de cada 10 españoles dicen sentirse estresados con frecuencia. ¿Eres uno de ell@s? Recuerda ponerte en contacto con tu médic@ si lo necesitas y aprende cómo hacer frente a este problema cuidando tu salud emocional, mental y física.

 

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